Buenos y malos gobiernos

Los venezolanos hemos tenido buenos y malos gobiernos. No somos ni mejores ni peores que muchos otros pueblos. Somos producto de un largo proceso de mestizaje. No tenemos una religión fundamentalista, retrógrada, ni duelos sociales de ningún tipo que nos condenen al rezago. Por consiguiente, no podemos hacerle concesiones al pesimismo ni a la fatalidad. La reflexión conviene asumirla, mientras trata de imponerse una marea de incertidumbre.

Los cierto es que hay fuerzas, deseos, capacidad y acciones apropiadas en cada una de las gentes que habita en esta Tierra de Gracia para seguir adelante. Los países no se detienen en medio de las vicisitudes y las crisis; al contrario, maduran y se hacen de una coraza que les permite sobrevivir a los seudo-dirigentes, a sus malos gobiernos, y hasta a los errores generacionales.

Quizás la desgracia de Venezuela ha estado en que muchos de los que se han elevado a la primera magistratura nacional han carecido de la suficiente capacidad para ello. Porque si nos preguntamos qué espera el ciudadano común y corriente de quienes pretendan acceder al poder, podríamos pensar que en términos generales, esperamos capacidad para gobernar, lo que se traduce en experiencia, un plan coherente de gobierno, honestidad, estabilidad emocional; y otros factores no menos importantes como una buena imagen que sea aceptada por la mayoría de la población.

El que llegue a tan elevada posición debe ser un ciudadano respetable y de reconocida capacidad como estadista para que pueda responder a los desafíos de un país con tantas posibilidades. Tomás Polanco Alcántara, escribió hace algún tiempo unas notas donde esboza alguna de las cualidades que debería reunir quien pretenda ser Presidente de la Republica, y dice, que “el Presidente de la República debe tener una personalidad importante y reconocida, para que sea tomado muy en cuenta en las múltiples actividades internacionales a que obliga la diplomacia moderna. Debe ser una persona culta, para que conozca bien y pueda referirse, con rigor y seriedad, a las exigencias y características de la vida contemporánea. Debe ser persona inteligente para que le sea posible conocer, analizar y estudiar los problemas y situaciones diversas que tiene que enfrentar la República”. TPA añade que debe ser un demócrata convencido, para que no sienta la tentación de la autocracia. Además, debe conocer no sólo los problemas del país, sino los asuntos internacionales. Vivimos y viviremos en el futuro previsible dentro de un mundo cada vez más interrelacionado. ¿Cómo, pues, aceptar que un hombre pueda conducir un país si no tiene idea de las complejidades de la política internacional? Simplemente, pone en serio riesgo el crédito y los intereses del país.

La democracia nos ha dado opciones para escoger, y hemos escogido unas veces bien, otras mal. Es el juego inevitable de la política. En suma, necesitamos partidos organizados, dispuestos a hacer política en serio, y a planear ser gobierno cuando las condiciones lo permitan; y no un grupo de gente que busque sólo para una elección y luego dejar el país a la deriva, para volver a repetir la historia. Necesitamos formar una verdadera cultura política.

La gente se interroga y pregunta si en el futuro cercano se vislumbra algún venezolano con las condiciones indispensables para el liderazgo. Ese tipo de respuesta sólo lo da el tiempo. No se trata de consultar los astros. Los procesos sociales encuentran sus propios mecanismos.

*Profesor de Derecho Constitucional
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